Al lado de la puerta de mi portal , en la
calle Giuseppe Palumbo había un señor mayor, muy mayor, con un negocio, de arreglo de
zapatos. Parecía simpático, trabajador y
estoy seguro que tenía mil historias que contar, de esas que tienen más que ver
con personas que con sus zapatos y
encima hacerlo de una manera agradable. No sé su nombre, ni su edad, ni porqué
se dedicaba a arreglar la herramienta que acompaña a los pasos que tiene que
dar la gente en su vida.
La verdad es que nunca me atreví a
entrar, yo no calzo zapatos, y realmente, aunque lo que tenía era curiosidad,
no quería que me contara su historia, sólo me hubiera gustado poder decirle: Signore, lei è bravo, y
quizás, esperar a que sonriera. E irme para dejarle con su trabajo, con sus historias y sus zapatos
Pero me fui de allí, dejamos de ser
vecinos, dejé de ver cómo iba cada día a
seguir con sus metas, con su negocio, incluso, con sus sueños, sin perder ni un
ápice de esa ilusión que ni siquiera las arrugas pueden esconder en los ojos de
la gente. Y, aún a veces, me acuerdo y sigo sonriendo, deseando que siga vivo
para que un día si entre y no me arregle ningún zapato sino para que sepa a que
un extraño, un extranjero al que no conoce,
ni sabe de su existencia le admiraba por ir cada día a hacer su trabajo: Que es zapatero...